Thursday, September 16, 2010

Capitán Pescanova

Intrépidamente me dispuse a observar la reacción química que trastornó la existencia de los sillones de terciopelo.

Dicha reacción estuvo originada por un estruendoso fluir de leche de vaca que descendía desde las laderas más azules de un pino canario hasta las gélidas aguas donde faenaba el capitán Pescanova trabajando para él un millar de niños rumanos en condiciones de semiesclavitud. Entonces bajó Supermán y se repartió las ganancias con el capitán Pescanova. Al mismo tiempo, a 10 kilómetros de allí, un señor con sombrero morado comía natillas sazonadas con aroma de potaje, sentado en el asiento trasero de un coche parado en medio de una autopista totalmente desierta, únicamente cruzada, de vez en cuando, por una manada de elefantes. Algunos de esos elefantes llevaban sobre sus lomos un televisor que sólo sintonizaba Tele5.

 - ¡Rápido, rápido! - gritó la lechuga - ¡Que me estoy comiendo a mi misma! - y entonces se hizo ensalada, se hizo aire, se hizo camino, pisada, melancólico silencio desprovisto de tierra, silencio en miradas inéditas. Para cuando llegó la segunda parte la lechuga seguía siendo verde, pero más plenamente integrada en el paisaje.